NO
MATARÁS
El
hastío y la soledad me conducían inexorablemente a cometer actos propios de un orate. Esa tarde, tras beberme
unas cuantas copas y sin otra cosa que hacer, se me ocurrió llevar a cabo algo
que sin el alcohol ingerido, no hubiera sido capaz de realizar. Me introduje en
el baño con la luz apagada. Al no tener ventana, la oscuridad era absoluta.
Situado frente al espejo invoqué al diablo con la intención de que se reflejara
su imagen en el. Era algo que no recordaba cuando lo había escuchado y sin
embargo había quedado grabado en mi mente, acudiendo a ella de vez en cuando. Ahí
estaba yo, decidido tras la ingesta de más de media botella de whisky barato,
retando a las fuerzas del averno. Pasados un par de largos minutos y sin éxito,
decidí no hacer el idiota por más tiempo. Mi mano se posó en el tirador de la
puerta y el miedo se disparó cuando no pude abrirla. Miré hacia el espejo y
entonces lo vi. Una horrible imagen incapaz de describir estaba frente a mí,
mirándome con una siniestra sonrisa lo
que provocó que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Intenté
desesperadamente abrir la puerta y cuando al fin lo conseguí salí al salón
donde perdí el conocimiento a consecuencia de la tensión acumulada. Al
despertar, esa horrible figura estaba sentada en el sofá observándome. Creí que
volvería a desmayarme nuevamente y sin saber de dónde, saqué el coraje
necesario y me atreví a preguntar. —Quien eres… Que quieres de mi? —Quien soy
está claro. —respondió. —Y lo que quiero es jugar a un juego. —Su voz sonaba
normal lo que hizo que me tranquilizara un poco aunque su presencia me
aterraba. —No quiero jugar a nada. Por favor vete y déjame en paz. — ¿Irme?
¿Dejarte en paz? ¿Acaso crees que puedes reclamar mi presencia sin nada que
darme a cambio?—Tras esas palabras soltó una carcajada tan estridente como
desagradable. —Proporcióname una vida y tan solo así podrás librarte de mí. —
¿Una vida?—pregunte incrédulo. —No entiendo lo que quieres decir. —No importa,
solamente escucha con atención. Mi juego lo llamaremos los diez mandamientos. Tienes
que hacer todo lo contrario a lo que mandan, uno a uno. Cuando termines el
juego no volverás a verme. —Dicho esto desapareció. Estuve bastante tiempo
quieto, sin atrever a mover siquiera un solo musculo, razonando lo ocurrido. No
estaba soñando. Lo que acababa de sucederme había sido real y tenía una misión
que cumplir.
Busqué
una biblia entre los libros de mi estantería y comencé a leerme los diez mandamientos.
*Amaras a Dios sobre todas las cosas. *No
tomaras el nombre de Dios en vano. *Santificaras las fiestas. *Honraras a tu
padre y a tu madre. *No matarás. *No cometerás actos impuros.*No robaras.*No
dirás falso testimonio ni mentiras.*No consentirás pensamientos ni deseos impuros.*No
codiciaras los bienes ajenos. No era demasiado difícil si no fuera por el
quinto mandamiento. No estaba dispuesto a matar a nadie. Cumplí la misión
encomendada con nueve de los diez mandamientos. Deje pasar los días y al no
suceder nada creí que todo volvía a la normalidad. Una noche me desperté
sobresaltado. Me faltaba el aire y al abrir los ojos, ese ser terrible apretaba
mi cuello mientras me exigía una vida. Su fétido aliento era insoportable. A
partir de entonces mis sueños se veían interrumpidos cada noche. Comencé a
demacrarme y notaba como la vida se me escapaba casi sin darme cuenta. Me puse
en manos de un psicólogo que lejos de entender lo que me sucedía me diagnosticó
esquizofrenia y manía persecutoria. Una noche, tras la visita del Íncubo, no
aguanté más y decidí saltar al vacío, desde la ventana del noveno piso donde
vivía. Mientras caía, un cable eléctrico partió en dos mi columna vertebral y
cuando aterrice en el suelo lo único que se escuchó fue el ruido seco de mi
cuerpo al contacto con el asfalto. Abrí los ojos con el último aliento de vida
que aun me quedaba y allí estaba él, sonriendo con la satisfacción del que
consigue su propósito. Entonces se acercó a mi oído. —Ya tengo la vida que te
pedí. — Susurró escupiendo en mi cara nuevamente su pestilente y frío vaho. —La
deuda queda saldada. Nuestro juego ha terminado.
Luis Renedo de la Peña
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