sábado, 24 de agosto de 2013


CODICIA

 
Me había acercado al “Rastro” de Madrid como solía hacer cada primer domingo de mes desde hacía casi veinte años. Según las estadísticas existían tres carteristas por cada doscientas personas. Quizá fuera cierto pero a mí  “una persona prudente” jamás me había sucedido nada. Tenía por costumbre llevar el dinero, la documentación y las llaves de casa en los bolsillos delanteros de mi pantalón. Eso complicaba las cosas a quien intentara robarme. Después de bajar la Ribera de Curtidores a paso de tortuga por la cantidad de gente que había decidí meterme en uno de los callejones donde la aglomeración era menor. Un tipo con pinta de “Yonqui” se me acercó y sacó de dentro de una bolsa de basura una cazadora de cuero nueva. Era preciosa y, además, se notaba que era de calidad. La etiqueta marcaba 400 euros y sin duda era el precio real. Nunca había comprado nada robado, pero esa prenda me enamoró y le ofrecí 50 euros. Me comentó que le perseguía la policía y debía deshacerse de la cazadora cuanto antes pero, lo que le ofrecía era muy poco. Me pidió el doble y después de un regateo con prisa, no llegamos a un acuerdo. El tipo metió la cazadora en la bolsa de basura y desapareció. Tenía que habérsela comprado. —pensé—. Intenté quitarme el episodio de la cabeza y continué con mi paseo. Apenas diez minutos más tarde, me abordó de nuevo el tipo. Esta vez se le veía apurado. Me puso la bolsa de basura en la mano y me preguntó cuánto le ofrecía. —Cincuenta euros. —respondí seguro de que esta vez aceptaría. —Mira ni para ti ni para mí. —me dijo convencido. —75  euros y te la llevas. —Ante  esa oferta, y con miedo a que nos viera la policía, acepté. Una vez que le di el dinero desapareció perdiéndose entre la gente. Me metí en un portal para ver la compra tan estupenda que acababa de hacer. Al abrir la bolsa me llamé estúpido cientos de veces. Allí no había otra cosa que no fueran trapos. Había comprado 75 euros de viejos trapos. Entendí que mi codicia desmesurada, y el pretender aprovecharme de la desesperación ajena, me habían dado una buena lección. Deberían decir las estadísticas que por cada diez timadores siempre hay un “pardillo” dispuesto para alegrarles el día.

Luis Renedo De La Peña

sábado, 17 de agosto de 2013


FICCIÓN O REALIDAD

 

Mi nombre es Guillermo y si Dios quiere este año cumpliré los ochenta y cinco. Toda mi trayectoria profesional la desarrollé durante cuarenta y cinco años como comercial en el sector del acero y puedo estar y de hecho estoy orgulloso de haber cerrado negocios millonarios vendiendo toneladas de acero con las que se han construido muchas de las megas estructuras que hoy se erigen a lo largo del mundo. Podría decir que gozo de buena salud si no fuera por los somníferos que tomo desde hace veinte años para poder conciliar el sueño ya que sin ellos sería imposible dormir siquiera unos minutos. Todo sucedió el mismo día de mi jubilación.

Fue un día maravilloso. Se organizó una cena donde acudieron todos los directivos de la empresa y no dejaron de agasajarme durante toda la velada. Un discurso de agradecimiento por mi labor y dedicación durante tantos años hizo que me emocionara tanto que no pude reprimir unas emotivas  lágrimas. Me obsequiaron con varios regalos, entre ellos un reloj de oro y un abultado cheque que sin duda me permitiría más de un capricho, aparte de una sustanciosa jubilación con la que viviría sin problemas hasta que me muriera. Cuando llegué a casa eran las dos de la madrugada y aunque la fiesta se había alargado un poco me encontraba contento aunque realmente bastante cansado. Así que bebí un vaso de agua y me metí en la cama. Supongo que no debí tardar demasiado en quedarme dormido. De pronto sentí unas manos agarrándome y aunque forcejeé para liberarme de ellas al final las fuerzas me abandonaron y  vi como me transportaban como en volandas hacia una sala de color morado. Mi cuerpo en horizontal al igual que el de otras personas que estaban en la misma situación se sostenía en el aire, apoyado en una especie de tubo fluorescente de color violeta. Pude observar un símbolo que se repetía por toda la sala. Eran tres triángulos separados por un guión. De repente los tubos fluorescentes con nosotros encima comenzaron a moverse y fuimos pasando por diferentes máquinas de las que bajaba un haz de luz cegadora que nos obligaba a mantener los ojos cerrados. Al final del proceso unas formas humanoides (ya que poseían brazos y piernas) carentes de rasgos físicos, nos fueron depositando dentro de unas urnas que contenían un líquido viscoso.

Me desperté sobresaltado y empapado en sudor aunque tranquilo y dando gracias a Dios por estar en mi cama. Menos mal pensé. Todo había sido una pesadilla, quizá debido al ajetreo de la noche anterior. Una buena ducha seguro que me dejaría como nuevo. Después me preparé un desayuno. Mi primer desayuno como jubilado, así que me lo tomaría sin prisas, relajado mientras pensaba que haría con mi vida a partir de ahora. Bebí un sorbo de mi café y fue entonces, al dejar el vaso sobre la mesa, cuando me di cuenta de que en la parte interna de mi muñeca había unas marcas. La sangre se me heló en las venas cuando las vi. Eran tres triángulos separados por unos guiones igual que los que había visto en mi sueño. Comencé a no dormir por las noches por miedo a que me sucediera algo parecido a lo que viví y eso hizo que mi salud comenzara a resquebrajarse. Durante el día me quedaba dormido en cualquier momento y al final no tuve más remedio que acudir al médico quien me recetó pastillas para dormir temporalmente ya que mi insomnio según él, se debía al cambio de horarios debido a la jubilación. Yo, por supuesto no podía contar a nadie la experiencia tan extraña que había tenido ya que seguramente me tacharían cuanto menos de loco así que continué con mi vida aunque aún hoy me sigo preguntando  porque, o para que, o con qué fin me sucedió todo aquello. Desde entonces todas las noches al acostarme es inevitable pensar que quizá vuelvan a por mí para  llevarme a la sala de los triángulos.

Sé que es difícil asimilar todo esto, pero después de veinte años a la conclusión que llego es a la de que los sueños pueden dejar miedos o secuelas psicológicas pero aun no conozco a nadie que un sueño le haya dejado marcas físicas y menos unas figuras geométricas, que por cierto, con los años han ido adquiriendo un cierto color violeta. ¡Ah! una cosa más. No dejéis de observaros el cuerpo detenidamente al levantaros ya que cualquier marca puede ser significativa…de algo.