Aprendiz
de las letras
El
frío, metiéndose en mis huesos, fue lo que me despertó. Sabía que me encontraba
en el sótano del edificio bibliotecario de la ciudad. Había bajado en busca de
uno de esos libros casi olvidados, seguro de encontrar en sus páginas una
literatura interesante, diferente y desconocida. Si había algo que deseaba con
todas mis ganas era convertirme en escritor y la biblioteca era un lugar de
visita obligada casi a diario. Todo estaba a oscuras y en silencio. Seguramente,
el cansancio había hecho que me durmiera y estaba encerrado sin posibilidad de
salir, hasta las ocho de la mañana. Sin un teléfono, no podía avisar a nadie
así que me lo tendría que tomar con calma. Subí las escaleras hasta la planta
central. Despacio, tanteando las paredes en plena oscuridad para no tropezarme.
Una vez allí, el haz de luz que desprendían
las farolas del paseo, se filtraba por las ventanas, proporcionando una
visión aceptable. Me recosté en uno de los varios sillones de polipiel con la
intención de conciliar el sueño. No habían pasado unos minutos, cuando unas
voces que provenían del auditorio suscitaron mi curiosidad. Me acerqué
despacio, dando pasos cortos hasta acercarme a la puerta. Intenté saber que se
tramaba allí dentro, poniendo mi oreja lo más pegada que pude. Solamente
escuchaba ruidos, palabras ininteligibles de lo que parecían varias
conversaciones a la vez. Al fin decidí saber que o quienes se encontraban tras
esa puerta, y una vez abierta, me quedé fascinado. En la sala, varios grupos de
personas, conversaban mientras tomaban una copa de vino. Todos eran escritores.
Pude reconocer a Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokob, Emile Zola y Leo tostoí
que mantenían diferentes puntos de vista literarios. Camilo José Cela, Junto a
José Saramago y Azorín, formaban otro de los grupos. Cela, al advertir mi
presencia me invitó a pasar preguntándome qué libros tenía escritos, pues no le
resultaba conocido como un galardonado con el premio Nobel, o con un Cervantes
cuanto menos. —No soy aún escritor. —respondí. —Es que me he quedado dormido y
no tengo otro remedio que pasar aquí la noche. —Pues tenga usted presente
joven, que “no es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, porque no es lo
mismo estar jodido que estar jodiendo” A continuación, soltó una sonora
carcajada que corearon sus dos acompañantes casi obligados, por no desairar al
académico de las letras. Me quedé un tanto desconcertado y Francisco Umbral que
había escuchado el comentario, recriminó a Camilo su ordinario vocabulario para
conmigo. —Me parece Don Francisco que nadie le ha dado vela en este entierro. —contestó
algo molesto. —Además usted no es un premio Nobel, así que como supongo que ha
venido a hablar de su libro dedíquese a eso y a sus crónicas periodísticas.
—esto último no iba carente de tintes algo ofensivos. Francisco Umbral lejos de
molestarse ajustó la bufanda blanca a su cuello y alzó su grave voz para que se
escuchara claro lo que iba a decir. Mire usted Nobel ordinario. —respondió muy
seguro de sí. ¡Qué sabrán los asnos sobre periodismo! “El periodismo mantiene a
los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al gobierno inquieto” Visto
el cariz que esa conversación estaba adquiriendo, Azorín más mediador intentó
poner un poco de orden. —Señores por favor. Que va a pensar nuestro invitado y futuro
escritor de todos nosotros, conocidos y respetados literatos. Propongo que cada
uno de ustedes aporte algún consejo que pueda ser de utilidad a esta joven promesa
de las letras y que se lleve una buena impresión de todos los que estamos hoy
presentes. –las Palabras de Azorín fueron muy aplaudidas y fue el primero en
regalarme una de sus frases. Ten presente una cosa. —me dijo. —“Sin los
escritores, aún los actos más laudables son de un día” José Saramago por su
parte me comentó “Los escritores viven de la infelicidad del mundo. En un mundo
feliz no sería escritor” “Solo si nos detenemos a pensar en las pequeñas cosas
llegaremos a comprender las grandes”. Miguel Delibes contribuyó diciéndome
“Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber
leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió aún no lo había leído” Incluso
Julio Verne me hablo de lo importante que es soñar y me regaló dos de sus
frases. “Todo lo que una persona puede imaginar, otras podrán hacerlo
realidad” “A partir de ahora no viajaré
más que en sueños”. Una vez hube dado las gracias por tanta sabiduría, cerré la
puerta y me volví al sillón donde me atrapó el sueño.
A
la mañana siguiente, un policía me despertó. Me habían estado buscando durante
toda la noche ya que mis padres se alarmaron cuando no regresé a casa. Tenía la
sensación de haber vivido un bonito sueño y quizá lo fue, pero en mi cabeza
tenía muchas cosas que seguro harían de mi un buen escritor. Me sentía feliz
por haber podido compartir un sueño o una realidad con los más grandes autores literarios.
Luis Renedo de la Peña.