martes, 28 de enero de 2014


EL NIÑO MIGUEL

Había elegido la ciudad de Huelva para disfrutar las vacaciones veraniegas. Tenía por costumbre visitar cada año un lugar diferente. Era una manera particular de conocer mi país a la vez que hacía turismo. Ese día había visitado alguno de los sitios más típicos de la ciudad. Después unos pescaditos fritos  para comer, en una terraza con ventiladores de esos que dispersan agua lo que se agradece con las altas temperaturas y, a continuación una buena siesta. Por la tarde cuando el sol ya no era tan fuerte, decidí recorrer las callejuelas cerca del hotel donde me alojaba. Mientras caminaba las notas de una guitarra llegaron hasta mis oídos. La curiosidad y el sentirme identificado con ese instrumento  que desde hacía años intentaba aprender a tocarlo sin haberlo conseguido, hizo que me encaminara hacia el lugar de donde provenía la música. Sentado en una de las sillas de la terraza de un bar, un hombre arrancaba las notas de su guitarra de una manera magistral. Lo que llamó mi atención aparte de lo bien que tocaba fue su aspecto.  Aunque su pelo estaba bien peinado, la barba de varios días y su vestimenta le daban el aspecto de un vagabundo.  Cuando estuve a un par de metros de él, volví a quedarme asombrado. Sus huesudos dedos se deslizaban por los tres bordones de la guitarra. Nunca creí que hubiera alguien capaz de tocar flamenco con tres cuerdas. Tenía que saber algo más de ese hombre, así que me pedí una cerveza y pregunté al camarero que amablemente me resumió la trayectoria del guitarrista. Cuando llegue al hotel, después de haber estado  en aquel bar casi un par de horas, busqué el nombre en internet que el camarero me había dado. El niño Miguel.

Fui leyendo su historia a la vez que escuchaba su música. Cuanto más leía más entendía su trayectoria. Hijo de un gran guitarrista aprendió de su padre el arte de la guitarra llegando a ser uno de los mejores dentro del, para luego desaparecer a consecuencia de las drogas y la depresión. Al día siguiente me acerqué a una tienda de música y compré dos juegos de cuerdas. Las mejores que pude encontrar. Ya en el bar donde tocaba Miguel, pedí una cerveza y solicite al camarero que le entregara los bordones,  pues yo no tenía confianza para hacerlo. —No se si querrá aceptarlos. Aunque le veas así tiene mucho amor propio. —me  dijo arrimando su cara a mi oído. —Confio  que usted sabrá cómo hacerlo sin que se ofenda. —contesté  a la vez que dejaba en el mostrador una buena propina. A continuación me quedé un rato más mientras saboreaba un par de jarras frescas de cerveza. A última hora de la tarde volví nuevamente y pude comprobar que la guitarra  de miguel tenía puestas las seis cuerdas de lo que me alegré inmensamente. Fue un placer escuchar la música que era capaz de sacar de las entrañas de ese instrumento. Desde ese día fui asiduamente, ya que era un verdadero placer escuchar sus soleares, o fandangos o lo que se terciara, pues todo en él era arte. Al finalizar mis vacaciones me hice con sus discos y escuchaba su guitarra casi a diario. Un día las noticias hicieron una pequeña reseña sobre la muerte de Miguel. Había muerto el maestro de la guitarra. Para mí, sin lugar a dudas un genio. Un virtuoso de las seis cuerdas. Yo, solamente puedo dedicarte este pequeño relato y decirte que seguiré escuchando tu vals flamenco, que tan bien suena, interpretado con tus prodigiosas manos.

 

Luis Renedo de la Peña
Programa de radio Trilceratura
 
 
 
Ayer lunes dia 27 de enero del 2014 fue una fecha importante para los cinco componentes de Trilce Isla Literaria. Era el primer programa de radio en directo y al final todo salió genial.
Como invitado tuvimos a Pedro García Gallego, que nos permitió ahondar un poco en su sensibilidad descubriendo asi a un escritor comprometido,versatil y muy humano. Fue todo un placer poder entrevistarle. Gracias Pedro y gracias a mis compañeros por ese dia tan maravilloso.
 

sábado, 11 de enero de 2014


CUANDO UN AMIGO SE VA

Te observo a través del cristal de esta fría sala donde me encuentro. Aquí solo hay llanto y desolación. Al otro lado, tras la pared de vidrio, observo tu cuerpo dentro de una caja. Solamente puedo ver tu rostro. El resto lo cubre un velo de raso blanco. Mirándote, me cuesta creer que es la última vez que te veo. Dentro de unas horas te espera un nicho donde te envolverá el silencio más absoluto. Mientras, permíteme amigo mío, que me siente frente a ti, en esta última conversación, que más bien es un monólogo donde sobran las palabras, sin otras pretensiones que recordar  contigo el corto pero intenso camino que hemos recorrido juntos.

Recuerdo ese primer día cuando nos conocimos. —Hola Manuel soy Luis. —dije mientras estrechaba esa mano cálida que junto a tu sonrisa, me indicó que nos llevaríamos bien. Yo era tu cuidador, el apoyo que necesitabas para tu vida, tan solo por unos meses. Hasta que te recuperaras. Al día siguiente, mientras te duchaba, tenía la sensación de que nos conocíamos desde siempre. Luego tras el desayuno, tu silla de ruedas y nosotros dos salimos a dar un paseo. Nos sentamos en esa terraza que tanto te gustaba. Mientras nos tomábamos un café hablábamos de muchas cosas. De la familia, de tu etapa laboral, de tu rehabilitación y de las cosas que se hablan entre hombres. Cada vez que me encendía un cigarrillo me pedías con la mirada que te diera uno y nunca te lo di. Sabes que no podía dártelo aunque ahora, viendo el final que has tenido quizá no me hubiese importado. ¿Te acuerdas cuando nos enfadábamos? Era tanto el cariño que nos teníamos que incluso nos permitíamos esas licencias. Cuando esto sucedía, me decías que no volviera más y yo hacia el firme propósito de salir de tu vida, pero solamente eran palabras vacías pues los dos sabíamos que nos necesitábamos. ¡Qué iguales éramos! Cabezotas y obstinados.

Ahora viene a mi memoria, el primer día que abandonaste la silla de ruedas y con tu andador, recorriste el pasillo de tu casa. Cuanta emoción. Eso era un logro después de tantos meses sin andar. A partir de ese día, fue tanta tu motivación, que conseguiste caminar un kilómetro por la mañana y otro por la tarde. Poco tiempo después, te abandonaron las ganas y comenzó una lucha en la que los altibajos eran frecuentes. Sé que era duro el peso que debías soportar en tus rodillas y el dolor que te causaban mis manos al estirarlas, pero era la única manera de vencer la condenada artritis que padecías. Aun así, al final lograba convencerte de que había que seguir luchando. Era nuestra lucha particular y a nuestra manera conseguíamos resultados que se reflejaban en la satisfacción de tu cara al acabar nuestro trabajo.

Veo tan injusta y tan a destiempo tu muerte que me cuesta creerlo. No merecías este final. No de esta manera, aunque todos sabemos que si te hubieran cuidado mejor, quizá ahora no estuvieras en esta sala tan fría. Ahora no sirven de nada las lamentaciones. La realidad es tan cruel como cierta y solamente me queda el consuelo de saber, que te has marchado sabiendo que has sido muy querido, por todos los que te han conocido. Dentro de un momento besare tu frente helada y te llorare en el silencio que deja tu recuerdo. En estos momentos, quiero hacer mía la estrofa de una canción de Alberto Cortez y dedicártela para que donde te encuentres, sepas que un día, conociste a alguien que fue tu amigo.

<<Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío, que no lo puede llenar, la llegada de otro amigo>>   ¡Hasta siempre Manuel!

Luis Renedo de la Peña